La terapia de aceptación y compromiso o ACT, que en inglés responde a las siglas de: “Accept, Choose, Take action” (Acepta-Elige-Actúa) pone énfasis en la acción “ACT”, es decir, en la conducta, dejando en un segundo plano los eventos internos. Es por ello que esta terapia se encuadra dentro del conductismo radical, en el que el contenido de las cogniciones pierde importancia frente a la función de las mismas. (Hayes, Strosahl, y Wilson, 1999; Wilson y Luciano, 2002).
Esta terapia pertenezca a las terapias contextuales de tercera generación. Concede una especial relevancia a: la aceptación, la conciencia plena, los valores, las relaciones y hasta la espiritualidad…Elementos que hasta hace poco habían quedado excluidos de las terapias empíricamente contrastadas y se abordaban desde los enfoques psicodinámicos y humanistas.
Una de las grandes ventajas de esta terapia es que aporta un marco muy potente a la vez que muy fácil de integrar con otros enfoques terapéuticos.
El sufrimiento es inherente a la vida. Esto es así. Es una gran verdad. Es también, una verdad que no nos gusta, por lo tanto, no la aceptamos. No aceptamos esta idea, al igual que no aceptamos el sufrimiento en sí y esto es un problema. Es un problema porque no es posible vivir una vida que merezca la pena si en lugar de dedicarnos a crearla centramos la mayor parte de nuestras energías y tiempo en evitar el sufrimiento. Lo cual, además, no es posible, por mucho que lo intentemos. Nos pasamos el día huyendo de nuestros problemas y, al final, esta huida se convierte en el mayor de ellos.
“Controla tu mente”, “controla tus pensamientos”, “sé feliz”. Vivimos practicamente en una dictadura del bienestar. Sin embargo, el control es el problema, no la solución, y no siempre es posible modificar los eventos (internos o externos) que nos provocan malestar. La buena noticia es: que no hace falta.
Hay una tendencia a considera los eventos privados dolorosos (emociones desagradables, determinados pensamientos…) como obstáculos que imposibilitan una vida plena. Esto es una forma de verlo, pero hay otra: no son nuestros eventos internos dolorosos los que limitan nuestra vida, sino la creencia de que los eventos internos dolorosos limitan nuestra vida. Creemos que hasta que nuestras circunstancias cambien o, al menos, hasta que consigamos pensar o sentirnos de forma diferente con respecto a nuestras circunstancias (presentes o pasadas), no podemos ser felices y, por lo tanto, no lo intentamos. Nos limitamos a sobrevivir, reviviendo el pasado y tratando de evitar el sufrimiento en la medida de lo posible y no actuamos de cara a construir una vida con sentido.
ACT, a diferencia de otros enfoques terapéuticos que se centran en modificar síntomas, pone más el foco en cambiar la manera en la que el paciente se relaciona con sus experiencias privadas (pensamientos, sentimientos…) y no necesariamente en la presencia o la forma de dichas experiencias. Parte de la idea de ACEPTARLAS, es decir, no resistirlas: tolerancia al malestar, tolerancia a la frustración, ser capaces de sostener el conflicto interpersonal, ser capaces de sentarnos con nuestras emociones “difíciles”. Aceptar que el sufrimiento forma parte de la vida y que evitarlo es solo una mala solución a corto plazo que a medio plazo siempre trae más problemas de los que soluciona.
El foco se centra en “crear una vida significativa, aceptando el dolor que inevitablemente viene con ella” (Hayes). Por lo tanto, es importante definir qué es una vida significativa para el paciente: ¿Qué valora?, ¿qué desea?, ¿qué sueña?, ¿qué da sentido a su vida? Así que partimos de la ACEPTACIÓN y seguimos con el COMPROMISO con los valores, que, por supuesto, se materializa a través de las ACCIONES.
Como terapeutas, tenemos que fomentar la respuesta a estas preguntas que se pueden estar haciendo nuestros pacientes y ayudarles a encontrar el sentido vital, aceptando el malestar y no huyendo de él.
La dualidad es la esencia de la vida, del mundo, de nosotros mismos y de los demás. No hay luz sin sombra, no hay sonido sin silencio y no hay bienestar sin malestar. Esa es la realidad. Pero vivimos en una época en la que queremos la acción sin descanso y el bienestar perpetuo, sin dolor. Eso no es posible. Debemos aceptar el dolor, solo así somos capaces de trascenderlo. Cuando nos hacemos adictos del bienestar, paradójicamente, nos acercamos al sufrimiento. Por el contrario, cuando desarrollamos la capacidad de aceptar el malestar: la espera, las emociones desagradables, enfrentar lo temido, sostener el conflicto etc. y de transitarlo sin dejar de dar pasos en dirección a nuestras metas, la recompensa es grande: emergemos al otro lado del túnel para descubrir el más bello paisaje: una vida con sentido.
Alejandra Sánchez
Psicóloga sanitaria en NB Psicología