La perspectiva cognitivo-conductual, por llamarse así, no implica que solo trabaje sobre estos dos elementos del ser humano; solo que, entiendo, reconoce que estas dos variables son fundamentales. Desde que alguien sugirió este nombre por primera vez hasta el día de hoy, asumo que ha habido una evolución. Quizás quien lo propuso inicialmente lo hizo como respuesta a una tradición previa que contemplaba elementos muy confusos, poco operativos y, en ocasiones, algo distorsionados sobre la mente humana. Tal vez hoy ya sobre decir esto; todos los psicólogos del mundo somos, en alguna medida, cognitivo-conductuales, pues negar la importancia de los pensamientos o de la conducta sería una muestra de gran ignorancia como profesional de la psicología.
Un día, pensando en qué hacía especial mi perspectiva de trabajo, quise enfatizar dos nuevas palabras: trauma y apego. Entendedme; no inventé estos conceptos ni su aplicación al campo de la psicoterapia, ni mucho menos. Pero estaba desarrollando una formación en psicoterapia integradora y quería difundir entre profesionales un modelo de trabajo que tuviera en cuenta variables comunes a todo proceso terapéutico y a cualquier orientación. Decidí, junto a mi equipo, que Trauma y Apego eran dos buenos apellidos para nuestro modelo, ya que nuestras primeras clases, las que constituyen la base de nuestro Máster, profundizan en estas variables. En ese momento, aunque ahora parezca extraño, se hablaba relativamente poco de estos temas. Parecía importante destacar estas variables en un nombre para que, al menos, existiera una forma de trabajo que las reconociera como fundamentales. Hoy, ya son muchos los que las incluyen como parte de su orientación. Supongo que la tendencia continuará hasta que todos los psicólogos del mundo se consideren, en alguna medida, centrados en trauma y apego.
Sin embargo, no pretendí decir, ni mucho menos, que solo existan trauma y apego en la persona, que todos seamos producto únicamente de estas dos variables, o que estas sean las únicas que debamos contemplar. Pero como las palabras importan, entiendo que hay quien lo ha interpretado así. Hoy diría que me gustaría reducir estas dos palabras a una mucho más básica, más fundamental, y que sí, realmente, es una variable común desde mi punto de vista: la memoria. Siempre lo digo cuando empiezo a hablar de estos temas: el trauma y el apego son producto de la memoria.
Hoy observo cómo muchas personas en esta profesión, que se reconocen como terapeutas integradores con mirada en el trauma y el apego, destacan estas dos variables y, aquí viene la trampa, pretenden que absolutamente todo entre en ellas. Niegan la existencia de otras; ridiculizan términos nuevos o variables que se alejan de su campo de conocimiento. Se sienten con la llave de la psicoterapia y creen saber más que cualquiera. Se perciben como el producto final de la evolución. Describen cualquier conducta de niño o adulto a la luz de traumas infantiles, aunque no haya evidencia de ellos. “Diagnostican” absurdamente estilos de apego y traducen cualquier comportamiento como fruto del mismo. No… no era esto.
He de decir, honestamente, que yo misma he pasado por algo parecido varias veces como psicóloga. Seguramente, más de las que me gusta admitir. Porque cada nueva evidencia que descubres y te da claridad te hace sentir más poderosa. Empiezas a ver trauma por todas partes, porque de pronto lo entiendes. Lo mismo ocurre con el apego, cuando toca. Si un día descubres otra variable nueva, la introduces en tus esquemas y buscas comprender la complejidad a la luz de ese concepto. Tu mente tramposa sesga lo demás, porque así es más fácil, más cómodo, más bonito…
Pero agradezco a mi mente no haberse quedado estancada en un pozo de autocomplacencia, aunque salir de él sea duro e incómodo. Cada día me siento, realmente, más abierta a aprender. Descubro cómo existen tantas y tantas variables del ser humano que los profesionales de la psicología deberíamos conocer y contemplar… Me siento profundamente ignorante y llena de dudas. Cada día soy más comprensiva. Cada día aprendo tantas cosas nuevas que la Nerea de antes no sabía… Que voy de puntillas porque, de otra manera, sería muy imprudente.
Las palabras importan, y tanto, que sesgan nuestra percepción. Sin embargo, como los títulos solo pretenden ser pistas, nadie debería quedarse únicamente en ellos. Por eso es importante profundizar, escuchar, leer y aprender. Si algo intento siempre enseñar a mis estudiantes es a mantenerse en permanente duda, porque esta actitud ayuda a mantener el respeto por los demás, por el propio yo del futuro, que con suerte pensará cosas nuevas, y sobre todo, por la ciencia. La verdadera actitud científica no es el dogma, sino la constante e incómoda duda. Aprende a disfrutar de ella.